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27 de marzo de 2007

El Egipto que viví


Bueno lectores: todo lo bueno se acaba alguna vez. Y yo ya estoy de vuelta a la dura rutina diaria después de esta semana de vacaciones.

Como sabéis, vengo de pasar siete días en Egipto. Una semana corta, pero intensísima, en la que he disfrutado de uno de los mejores viajes que un turista de clase media puede desear. Puede que resulte un tópico, pero Egipto es uno de esos países que a nadie deja indiferente: o te encanta o lo aborreces... y yo regreso a Madrid con la convicción de que me ha enamorado.

No voy a aburriros con una crónica exhaustiva del viaje ni a explicaros cada uno de los sitios visitamos, ya que para eso, no tenéis más que leer cualquier guía turística en cualquier librería. No, prefiero contar mi visión personal, mi vivencia... "mi Egipto".

Continúa...

Creo que "conocer Egipto" pasa por algo más que leer un libro, una guía turística o empaparse de información en una oficina de turismo. No. Para conocer Egipto hay que estar allí, hay pasar la mano por los bloques de piedra que sustentan la base de las pirámides de Giza, hay que sentir el viento cálido que arrastra la tormenta de arena, y te golpea como cuchillas afiladas en la piel descubierta. Puedes conocer la cultura antigua, la historia y los jeroglíficos; puedes ver mil fotos de todo Egipto y puedes tener en la mano todos los datos técnicos de sus monumentos. Pero hasta que no respiras la solemnidad y el recogimiento en cada tumba del Valle de los Reyes; hasta que no penetras en la majestuosidad del templo de Abu Simbel, excavado y tallado en roca viva, cuidando hasta el más mínimo detalle; hasta que no sientes el calor sofocante del desierto... no conoces Egipto. Naturalmente no pretendo decir que en mi semana escasa, sepa de Egipto más que nadie: nada más lejos de la realidad.

Conocer Egipto implica dejar de lado, al menos por unos días, nuestros caprichosos esquemas occidentales y dejarse llevar... dejarse enamorar.... por la vida diaria que reina en la calles de Egipto: desde el caótico tráfico de El Cairo donde impera la ley de la selva (y del que hablaré detalladamente en otra entrada), hasta el dinamismo y alegría del mercado de Jan al-Jalili, pasando por el encanto de la llamada a la oración desde cualquiera de los mil minaretes de la ciudad o la entrañable acogida que nos brindan siempre los habitantes de Nubia. No hay ni una sola cosa en este país que no deje de sorprendernos a cada instante... Por eso considero que no se debe juzgar lo que se ve -que gran error sería desde nuestra cómoda visión de la "sociedad del bienestar"-, sino simplemente... vivirlo.

Egipto tiene una poderosa arma para atrapar al turista de espíritu inquieto: la hospitalidad de sus gentes. El turista es siempre bienvenido y recibido con una larga y cordial sonrisa, venga de donde venga y vaya a donde vaya. Cuando respondes afirmativamente a cualquiera que pregunte que si eres español, inevitablemente, te corresponderán con el tan manido saludo: "¡Hola, Coca-Cola!" o su variante "¡Hola, Pepsi-Cola!". Es el deseo y la necesidad de caer simpático al turista, de hacerle sentirse como en casa. No en vano, mucha gente vive de ello.
Sin embargo, como en cualquier parte, no todo es agradable a los sentidos. Hay un alto grado de pobreza que remueve hasta las conciencias más frías, y que puede apreciarse fácilmente en las zonas exteriores de El Cairo: extensos barrios construidos únicamente con chabolas de paja y barro; numerosos edificios de no más de tres plantas sin terminar, con las vigas vistas, pero habitados; vendedores ambulantes que se agolpan en las verjas de entrada a los monumentos, intentando convencer al turista de que su artículo es mejor que el de al lado. Y, cómo no, los niños pequeños de no más de siete u ocho años, con mirada triste y desesperada que en horario escolar son obligados a patearse las calles mendigando unas monedas al turista.

Esa es la realidad de Egipto: el contraste entre la miseria real y los esfuerzos por aparentar ante el resto del mundo, una prosperidad que no es tal; el contraste entre las lujosas tiendas de ropa, complementos y tecnología, asentadas en los bajos de edificios sucios y destartalados. Es una sensación contradictoria y difícil de asimilar para alguien acostumbrado a ciudades como Madrid. Por eso creo que es mejor, intentar no juzgar las cosas desde nuestro punto de vista, sino simplemente dejarse absorber en corazón y mente.

Como digo, una semana no resulta ni por asomo suficiente para conocer Egipto, pero sobra para que te enamore... si te dejas.

En breve subiré algunas fotos a mi álbum de Flickr para que las veáis. No todas, pues son demasiadas, pero si intentaré subir las mejores. Y naturalmente continuaré contándoos algunas cosas más de este viaje.


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3 comentarios:

padichan dijo...

Wnas señor, qtla? bueno ya leo que has vuelto muy mistico de ese viajecito, muy bueno el relato por cierto y la fotos que seguro que hay mas.....pues nada bienvenido de nuevo a la cruda realidad occidental ejje, y ah tienes un mail de kedada ¿sabes lo que te quiero decir;??.A cuidarse, un saludo.
padichan

Il Venturetto dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Il Venturetto dijo...

Interesantísima introducción a lo que espero sea una pormenorizada descripción de lo que a todos más nos interesa: ¿cuán caras son las meretrices en El Cairo?

Y ya continuando con los comentarios al texto, un par de vueltas de tuerca:

* ¿Jan al-Jalili no suena al nombre de uno de los malos de Scooby-Doo?

* Al saludo "¡Hola, Coca-Cola!" me costaría no responder "¡Hola, Caraculo!".

En otro orden de cosas, ¡pardiez!, que me alegro de que se haya usted enamorado (ya se sabe, eso de enamorarse es otra generación).

Reciba un muy cordial saludo

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