
Bueno lectores: todo lo bueno se acaba alguna vez. Y yo ya estoy de vuelta a la dura rutina diaria después de esta semana de vacaciones.
Como sabéis, vengo de pasar siete días en Egipto. Una semana corta, pero intensísima, en la que he disfrutado de uno de los mejores viajes que un turista de clase media puede desear. Puede que resulte un tópico, pero Egipto es uno de esos países que a nadie deja indiferente: o te encanta o lo aborreces... y yo regreso a Madrid con la convicción de que me ha enamorado.
No voy a aburriros con una crónica exhaustiva del viaje ni a explicaros cada uno de los sitios visitamos, ya que para eso, no tenéis más que leer cualquier guía turística en cualquier librería. No, prefiero contar mi visión personal, mi vivencia... "mi Egipto".
Continúa...

Conocer Egipto implica dejar de lado, al menos por unos días, nuestros caprichosos esquemas occidentales y dejarse llevar... dejarse enamorar.... por la vida diaria que reina en la calles de Egipto: desde el caótico tráfico de El Cairo donde impera la ley de la selva (y del que hablaré detalladamente en otra entrada), hasta el dinamismo y alegría del mercado de Jan al-Jalili, pasando por el encanto de la llamada a la oración desde cualquiera de los mil minaretes de la ciudad o la entrañable acogida que nos brindan siempre los habitantes de Nubia. No hay ni una sola cosa en este país que no deje de sorprendernos a cada instante... Por eso considero que no se debe juzgar lo que se ve -que gran error sería desde nuestra cómoda visión de la "sociedad del bienestar"-, sino simplemente... vivirlo.
Egipto tiene una poderosa arma para atrapar al turista de espíritu inquieto: la hospitalidad de sus gentes. El turista es siempre bienvenido y recibido con una larga y cordial sonrisa, venga de donde venga y vaya a donde vaya. Cuando respondes afirmativamente a cualquiera que pregunte que si eres español, inevitablemente, te corresponderán con el tan manido saludo: "¡Hola, Coca-Cola!" o su variante "¡Hola, Pepsi-Cola!". Es el deseo y la necesidad de caer simpático al turista, de hacerle sentirse como en casa. No en vano, mucha gente vive de ello.

Esa es la realidad de Egipto: el contraste entre la miseria real y los esfuerzos por aparentar ante el resto del mundo, una prosperidad que no es tal; el contraste entre las lujosas tiendas de ropa, complementos y tecnología, asentadas en los bajos de edificios sucios y destartalados. Es una sensación contradictoria y difícil de asimilar para alguien acostumbrado a ciudades como Madrid. Por eso creo que es mejor, intentar no juzgar las cosas desde nuestro punto de vista, sino simplemente dejarse absorber en corazón y mente.
Como digo, una semana no resulta ni por asomo suficiente para conocer Egipto, pero sobra para que te enamore... si te dejas.
En breve subiré algunas fotos a mi álbum de Flickr para que las veáis. No todas, pues son demasiadas, pero si intentaré subir las mejores. Y naturalmente continuaré contándoos algunas cosas más de este viaje.
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3 comentarios:
Wnas señor, qtla? bueno ya leo que has vuelto muy mistico de ese viajecito, muy bueno el relato por cierto y la fotos que seguro que hay mas.....pues nada bienvenido de nuevo a la cruda realidad occidental ejje, y ah tienes un mail de kedada ¿sabes lo que te quiero decir;??.A cuidarse, un saludo.
padichan
Interesantísima introducción a lo que espero sea una pormenorizada descripción de lo que a todos más nos interesa: ¿cuán caras son las meretrices en El Cairo?
Y ya continuando con los comentarios al texto, un par de vueltas de tuerca:
* ¿Jan al-Jalili no suena al nombre de uno de los malos de Scooby-Doo?
* Al saludo "¡Hola, Coca-Cola!" me costaría no responder "¡Hola, Caraculo!".
En otro orden de cosas, ¡pardiez!, que me alegro de que se haya usted enamorado (ya se sabe, eso de enamorarse es otra generación).
Reciba un muy cordial saludo
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