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29 de septiembre de 2010

La Ciudad de la Luz

Si algo tiene París que llame la atención cuando uno pone los pies por primera vez en sus históricas calles, es la inmensidad de sus monumentos. Todo en París parece exageradamente grande: plazas gigantescas que no terminas de cruzar nunca, jardines con paseos interminables, palacios generosamente amplios y largos hasta el infinito, iglesias que rozan el cielo...

Una grandeza que da vértigo y te hace empequeñecer como Gulliver en el país de Brodingnag. Y sin embargo, esta grandeza es la que hace París una ciudad tan imprescindible. Da la sensación de que uno va a perderse sin remedio en cuanto gire la primera esquina. Pero no importa, porque en cada calle se descubre la historia que está impregnada en los edificios, todos ellos históricos y destacables. Perderse en París es precisamente la gracia del asunto. París es, en resumen, un monumento único.

El encanto de recorrer las calles de la ciudad del amor, de arriba abajo, es algo que no se encuentra en ningún otro lugar: dejarse contagiar del aire bohemio y la naturalidad de sus gentes, de los cafés tradicionales, de los paseos junto a la orilla del Sena, de las fuentes rodeadas de lectores y parejas ajenas a la manada de turistas.

Hacer una lista de cosas que hay que ver y que hacer en París sería una tarea interminable, e inútil. El centro de la ciudad, como digo, es para perderse durante días sin parar de caminar: siempre encontrarás algo que no viste ayer, una iglesia sin nombre o un pedazo de muralla medieval. Hay que subir a lo alto de la torre Eiffel y contemplar la inmensidad de la ciudad que tenemos a nuestros pies para darse cuenta de lo que digo.

Como resumen extremadamente resumido y nada exhaustivo os enumero las cosas que, en mi opinión, merece la pena visitarse cuando se dispone de pocos días: Además de la subida a la Torre Eiffel (los más valientes podéis hacerla a pie), la inevitable visita a las Tullerías y el Museo del Louvre (en el que además de la archiconocida Gioconda –casi inapreciable tras la cortina de japoneses- también merecen la pena las antiguedades mesopotámicas, egipcias y etruscas, el Louvre medieval, los cuadros del renacimiento, etc ); los interminables Campos Elíseos, desde la Plaza de la Concordia hasta el Arco del Triunfo; la catedral de Nuestra Señora de París, rescatada del olvido a la fama gracias a Victor Hugo; El Palacio de los Inválidos o la Basílica del Sagrado Corazón en el bohemio barrio de Montmartre... también hay otras joyas, quizá algo menos famosas, que merecen la pena visitarse: la Plaza de los Vosgos -la más antigua de París y considerada como una de las más bellas de Europa-, los Jardines de Luxemburgo, las impresionantes vidrieras de la Santa Capilla, el Ayuntamiento de París, la magnífica colección impresionista del Museo de Orsay, o el encantador y siempre animado Barrio Latino, con su Panteón y la prestigiosa Universidad de la Sorbona.

Naturalmente que me dejo mucho en el tintero, pero en sólo cuatro días escasos siempre hay que sacrificar algunas cosas; pero eso sí, sin dejar de apuntarlas en nuestra agenda de viaje, para completar la visita en el próximo viaje a París, donde siempre se debe volver.

PD: Las fotos no son mias. Cuando las tenga listas podréis ver algunas en mi galería.

2 comentarios:

Il Venturetto dijo...

¿Te ha dado el síndrome de Stendhal? xDD

Me alegro de que te lo hayas pasado tan bien. Esperamos esas fotos con ansiedad :)

Un abrazo!

Miguelón dijo...

Stendhal era un un pusilánime y un mariquita.

Yo no podía sufrir vértigos ni mareos porque tenía que hacer las fotos... xDD

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