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13 de julio de 2010

Cuando España gane un Mundial...

Hace ya unos cuantos años, no era difícil escuchar esta frase cargada de irónico pesimismo, al estilo de "cuando las ranas críen pelo" o "cuando las vacas vuelen". No recuerdo ya dónde ni cuando, pero podría haber sido, quizá, en el patio del colegio como respuesta a algún chaval, aspirante a pagafantas, que le pedía un beso a la chica guapa de la clase. O delante del tablón de notas de la facultad, viendo el enésimo suspenso de la peor asignatura del mundo, maldiciendo a tu destino e intentado adivinar si serías capaz de quitártela de encima. "Cuando España gane un mundial, me temo."

Pues ya está. Ha ocurrido. Se ha cumplido la máxima que permitirá a todos aquellos soñadores de antaño lograr sus ansiadas promesas, aprobar la asignatura pendiente que les convertirá en hombres de provecho y, cómo no, recibir ese beso añorado de la chica de sus anhelos...

Sí. La selección española de fútbol es campeona del mundo. ¿Os lo creéis? Pues que alguien me pellizque, porque yo aún tampoco.

Desde que tengo uso de razón, he visto a esta selección pasar, con más pena que gloria, por los campos de fútbol de medio mundo, sufriendo lo indecible y sudando la sangre que tiñe sus camisetas, para intentar alcanzar las gestas que el destino sólo reservaba a las grandes selecciones. Gracias a esta selección he vibrado, he reído y he llorado, me ha defraudado y me ha ilusionado a partes iguales. Cada vez que me he sentado delante de un televisor a ver un partido suyo, me he sentido otra vez como un niño esperanzado y nervioso por ver por fin el mejor equipo que se pudiera soñar, vistiendo los colores de tu país..

Y el domingo no fue una excepción. La final de un mundial es el peldaño más alto que un futbolista puede subir, antes de entrar en la gloria de los campeones. No hay nada más allá. Cuando comencé a ver que pasaban los minutos y el partido se volvía cada vez más bronco, diluyendo cualquier intento de hacer buen fútbol, me venían a la memoria los temidos fantasmas de España. Los mismos que nos atenazan en los momentos clave y que tantas veces nos han perseguido y dejado en la cuneta. Vi la cantada de Arconada en la final  de la Eurocopa del 84, la sangre brotando de la nariz de Luis Enrique, entre lágrimas de rabia por el codazo de Tassoti en el Mundial de EEUU, el autogol de Zubizarreta en el 98... el penalti fallado por Raúl ante Francia en la Eurocopa del 2000... el nefasto arbitraje de Al Ghandour en el mundial de Japón, negándonos un gol completamente legal. Y tantos y tantos otros...

Pero al final, por segunda vez en la historia de esta selección, se hizo justicia y los buenos vencieron a los malos. No puede decirse que España haya sido el estandarte del "jogo bonito" en este Mundial, pero dicen que la suerte siempre está de parte de los campeones, y esta vez esos somos nosotros.

Cuando el arbitro pitó el final se desató la locura en las calles de un país cansado de tantos palos, y necesitado de una gran alegría que espantara de una vez por todas los prejuicios de aquella selección acomplejada y mohína de años anteriores. Una fiesta que se alargó hasta la noche del lunes, tiñendo de rojo y gualda las calles de Madrid como nunca antes lo habían estado y mostrando que lo que el fútbol no es capaz de mover, es porque está muerto.

¡España es campeona del Mundo del fútbol!

Aquellos que entendéis lo que eso significa, no necesitáis más palabras: Disfrutadlo.

Los que no... entendedlo. Es el sueño hecho realidad de un niño pequeño que empezó a ver a la selección en blanco y negro...


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